Los alcornocales, también llamados dehesas, son embajadores de la sostenibilidad, y la fuerza motriz del desarrollo sostenible. Desempeñan un papel determinante para el equilibrio ecológico del planeta, combaten el cambio climático y la desertificación, y protegen la biodiversidad.
Más de 200 especies de animales y 135 de plantas encuentran en la dehesa su hábitat natural. Por presentar toda esa riqueza y diversidad biológica y ser extremadamente vulnerable, la dehesa es uno de los 36 hotspots mundiales de la biodiversidad, igual que la Amazonía y la sabana africana.
En la cuenca del Mediterráneo, los alcornocales ocupan una superficie de más de 2,2 millones de hectáreas. Por este motivo, se consideran un pulmón para esta región. Además, resultan cruciales para mantener en frágil equilibrio ecológico, y desempeñan un papel decisivo para tejer un paisaje social, económico y cultural único.
Portugal es el responsable de casi un 55 % de la producción mundial de corcho. Las dehesas hacen posible que la gente viva de la tierra: WWF calcula que casi cien mil personas dependen directa o indirectamente de estos bosques en el sur de Europa y el norte de África. Además, son un importante pilar socioeconómico, y uno de los mejores ejemplos de equilibrio entre conservación del medio ambiente y desarrollo sostenible.
Este ecosistema es interdependiente de la acción humana: innumerables actividades agrícolas, forestales y económicas - desde la ganadería a la industria del corcho y el sector del vino - se basan en el cultivo del alcornoque. La saca, una de las actividades agrícolas mejor pagadas del mundo, es al mismo tiempo un legado cultual único que se transmite de generación en generación, y una actividad económica estratégica en esta región del planeta.
En el corazón de este bosque se encuentra un árbol milenario conocido por su resiliencia y capacidad de adaptación extraordinarias. Uno de los árboles más generosos del mundo, ya que resulta evidente que «ningún otro árbol ha dado tanto exigiendo tan poco».
Con un sistema de raíces bien desarrollado, follaje perenne y un robusto tronco protegido por una gruesa corteza, los alcornoques están perfectamente adaptados al clima cálido y los suelos áridos de la cuenca del Mediterráneo. En realidad, al mejorar la infiltración del agua de la lluvia y al impedir la erosión de los suelos, los alcornoques desempeñan un papel fundamental en la regulación de los ciclos hidrológicos y en la lucha contra la desertificación, tan importantes en esta región.
Los alcornocales contribuyen de manera decisiva a la calidad del aire que respiramos y al futuro del planeta al servir de freno al cambio climático. Un alcornoque puede vivir doscientos años, y a lo largo de su vida retiene grandes cantidades de CO2, por lo que contribuye a la reducción de los gases de efecto invernadero, la principal causa de ese cambio climático.
Cada año, los alcornocales retienen catorce millones de CO2, y esta capacidad se extiende a los productos de corcho, incluidos los tapones, ya que prolongan esta función. Pero eso no es todo. Durante el proceso de regeneración posterior a la saca, la capacidad de absorción de CO2 del árbol se multiplica por cinco. Una vez extraída su corteza, el árbol protege aún más el medio ambiente.
El alcornoque es tan querido y respetado que en 2011 fue declarado Árbol Nacional por unanimidad en la Asamblea de la República. En 2018, el imponente Assobiador, el mayor y más antiguo alcornoque de todo el mundo, fue elegido Árbol Europeo del Año.